I
¡Tamaña responsabilidad le caído al pueblo mexicano! El martes que pasó amanecieron con la noticia de que la UNESCO había decidido en su asamblea en Nairobi que la cocina tradicional de su país pasaba a poseer carácter patrimonial, y por lo tanto "La cocina mexicana" comienza a ser considerada un ritual social con valor particular para la humanidad. En pocas palabras, la cocina de los aztecas (junto a la de los Galos) pasa a ser parte de un prestigioso índice, que desde su creación en 2003, cuenta con 178 danzas, canciones y tradiciones culturales. El hecho de que la cocina haya pasado a ser considerada un "bien" no es más que el reflejo de un hecho que ya salta a la vista de forma contundente: Las tradiciones gastronómicas le están produciendo muchísimo dinero a las naciones.
Hablar de patrimonio es hablar de cosas que deben ser no sólo conservadas, sino protegidas; y ello lo tienen bastante claro las naciones que han convertido su recetario popular y las técnicas gastronómicas de manufactura en patentes blindadas, casi siempre con el eufemismo legal de la "Denominación de Origen". Muy diferente serían las historias de Francia o México (las dos naciones homenajeadas) de no haber cerrado filas alrededor de las palabras Champaña y Tequila respectivamente o si Italia no hubiese tenido la genial idea de patentar la forma de las botellas de vinagre balsámico de la bella Módena o del aceite de oliva envasado bajo la apelación Laudemio en La Toscana.
Proteger un hecho cultural en muchos casos pasa a ser inclusive una cuestión de oportunidades en donde la vieja máxima "el que pega primero pega dos veces" cobra particular dramatismo, ¿Se imaginan ustedes que hubiese pasado si los neoyorquinos mediante el poder de una andanada mediática lograban que la palabra pizza se asociara a ellos, los ecuatorianos al ceviche o los uruguayos a Gardel? Es tal la importancia de ser el poseedor de una patente gastronómica, que en tribunales se siguen peleando chilenos y peruanos la palabra "Pisco", rusos y polacos al "Vodka" y chinos e italianos el origen de los fideos. Mucho más triste es cuando tenemos entre manos valores con potencialidad evidente que dejamos perder, o bien por desidia, o bien por estupidez.
II
Cada ciudad de Venezuela posee recetas que son verdaderos atractivos turísticos o, en el peor de los casos, parte de lo que un viajante espera encontrar. Permitir que esas recetas sufran cambios no sólo es arrancarle al país parte de su intangible, sino una soberana estupidez en el plano muy pragmático de la economía. Veamos, por ejemplo, el caso de la emblemática empanada de cazón que perfuma las plazas de Margarita o su mercado popular (Conejero) con poder patrimonial evidente.
La mejor asesora de imagen que ha tenido la isla de Margarita es la Empanada de Cazón, de allí que resulta increíble que la estemos atacando al punto que pareciera que no queremos que siga haciendo su trabajo gratuito de promoción. Estamos matándola cada vez que permitimos que la receta se convierta en otra cosa, cada vez que permitimos que una empanadera nos meta "gato por liebre" ... O en este caso: Pez espada de tercera por cazón. En esta oportunidad el delito es por partida doble. Por un lado la empanadera (no he visto empanaderos, de allí el abuso de género) que desea ahorrarse un dinero apelando al uso de ingredientes menos costosos, y por el otro el cliente que, con conocimiento de causa, no protesta airadamente. Lo primero es robo para decir las cosas por su nombre y lo segundo es parte de la indolencia que nos mantiene hibernando.
Tenemos la obligación de proteger y transmitir cualquier receta que represente claramente una región si pretendemos logros como los que recientemente tuvieron México y Francia. Si alguien desea usar otro pescado o colocarle jengibre al sofrito, obviamente está en todo su derecho, pero es muy importante que esa persona entienda que ha perdido el derecho legal de usar la palabra "cazón" al ofrecer esa empanada. Mientras no lo hagamos, soñar en ser reconocidos a nivel internacional no pasará de eso: Un sueño. Nos quejamos por años que las empresas de comida rápida cambian la manzana por chayota, pero somos incapaces de protestar por nuestro propio acervo herido.
¿Puede expropiarse un patrimonio intangible?... Puede, y lo más triste es que lo hacemos cada vez que no cantamos nuestros cantos o cocinamos nuestros guisos.
Sumito Estevez
Caracas Venezuela.
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